jueves, 7 de marzo de 2013

Ese abismo

Porque quizás existan diez mil frases más exactas que la última que te dije y aún así me gusta esto de encontrarte y saberte cerca de mí, aunque sea en la distancia. Saber que estás cruzando esa línea que a menudo se nos hace invisible, saber que por días podes olvidarte de todos los segundos que compartimos juntos, de la Av. Gaona, de la cantidad de palabras que no nos dijimos. Saber que por días podés olvidarte, sí, pero que siempre llega ese inescrupuloso e inesperado momento, que puede durar apenas segundos, en el que te encontrás solo y tu corazón siente esa tristeza de extrañar, ese abismo inexplicable que suele terminar en un suspiro. Ese abismo inexplicable entre me voy o estoy, entre risa y lágrima, entre cobardía y rendición. Te fuiste, sí, pero una parte de mí está intacta en vos. Esperando por volver. Evelyn Reggina.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El tiempo (casi detenido)

La una de la tarde perpleja en el reloj;
gotas erróneas que escupe a tiempo la canilla,
el tiempo casi detenido
y la mirada se turbó con el intento.

Casi innumerables palabras sin destinatario,
el ruido del reloj que anuncia las dos,
el tiempo casi detenido
se deja escapar entre el gris de algún sofá.

Los segundos que esculpen las agujas
en el perfume transparente de su soledad
el tiempo casi detenido
y ella que se esfuerza en su sofá.

Se esfuerza pero no podrá recordar
el brillo dulce de sus ojos al partir
y el tiempo casi detenido
le anunciará que ya es hora de despertar.

Evelyn Reggina.

martes, 23 de agosto de 2011

Mañana

Un, dos, tres golpes en la puerta. Ernesto estaba salvado. no distinguía do de sol ni tampoco le interesaba mucho saber qué hora era cuando el Sol empezaba a caer. Le encantaba observar la cara que Camila ponía cuando su mamá lloraba extrañando a su padre y la escena final de La vida es bella y ese guiño de ojos entre el chiste y la muerte.
A Ernesto le gustaba querer. Pero a él nadie lo quería. Él siempre me decía que a las personas que quieren con locura, como él, la muerte se les hace la no reciprocidad. Y viven su muerte como el pobre Ernesto que, sin ir más lejos, la vida se le presentaba como la monotonía de abrir la puerta, cerrarla, salir... y a veces hasta volver por un buzo porque afuera es invierno y está fresco.
Pero a él no le importaba. En realidad decía que no le importaba; y un poco hasta se lo creía él mismo.
Entonces las cuatro, las seis, las siete y él en su sofá amarillo tratando de terminar de leer Instrucciones para llorar de Cortázar, pero no puede porque hace años no llora y su mamá que de chiquito le decía que llorar no era asunto de hombres y él que siente que quiere y no quiere aprender.
Luego de un rato, termina quedándose dormido y tiene un sueño que no logra recordar al despertar. Para Ernesto, coleccionista de sueños, no recordar uno es el inicio de un mal día. Y uno de esos días en los que todos se encuentran tomando el café, mate o té del desayuno y se quejan por no querer despertar y se visten desganados y terminan tareas y repasan lecciones y se vuelven a quejar y prenden el noticiero de la mañana y ni hablar si alguno se quema con el agua del té; él se encontraba preguntándose por qué. Y ese, sin dudas, fue uno de los peores errores de la vida de Ernesto. Entonces ese día, ese día en el que todos seguimos puliendo el tedio de la rutina -tedio que a nadie le gusta y obedecemos igual, como si fuera una característica propia del ser humano, como si fuera una parte de nosotros, pero ese es otro tema y hoy ya no hay tiempo para discutirlo porque sino llego tarde- ese mismo día él se sienta en su sillón, agarra su cabeza con fuerza, abre el quinto cajón de su escritorio y saca un revolver empolvado que deja envuelto en una tela.
Lo agarra, deja caer la tela, traga saliva, lo posiciona en su cien y cierra los ojos. Entonces un, dos, tres golpes en la puerta. Tres golpes en la puerta y Ernesto se salva. Se salva porque quién entra soy yo, quién escribe, y hoy no tengo ánimos para ponerle un fin más creativo a su historia.
Pobre Ernesto, quizás le hubiera gustado que alguien preguntara por él en su ausencia, pero todo es muy poco a veces. Él va a ser feliz así, no tengas dudas. Y yo me voy, que llego tarde y Ernesto se está por matar.

Evelyn Reggina.

martes, 24 de mayo de 2011

Mrs. Poppy y sus andanzas

Tranquila, Mrs. Poppy, a todos nos pasa

En la profundidad de sus horas, Mrs. Poppy busca una respuesta y se sienta a escribir.
"La respuesta al por qué tal malestar cuando cae la noche. ¿Por qué los segundos pálidos, llenos de miedo, todavía no se pueden dormir? ¿Por qué ese sentirse aferrado al pasado? ¿Por qué ese nudo en la garganta, esa respiración maligna, ese insoportable silencio?
¿Por qué la clara sensación de vacío en el pecho, el ir y venir de las sábanas, las gotas de llanto hijas de la desesperación? ¿Por qué ese no saber a dónde ir y de dónde se es? ¿Por qué si me porto bien Papá Noel no existe y la reciprocidad murió hace rato? ¿Por qué este esperar -vaya uno a saber qué- entre el tedio de las horas diarias? ¿Por qué tanta oscuridad incomprendida, solitaria, agarrándome la mano y perdiéndome entre la multitud? ¿Por qué, realmente quiero saber por qué tanta multitud transparente (por no decir invisible) haciéndonos creer que existen? ¿Por qué el deseo de apagar la mente y que esa máquina ubicada ahí deje su bullicio? ¿Por qué tanta ida y vuelta de recuerdo de infante que uno no sabe si se escribió igual o la memoria le falla? ¿Por qué entonces, repito, tanta oscuridad incomprendida? ¿Por qué la melancolía tiñéndose en la esencia, llevándose el color?
Pero lo que más deseo saber es por qué... ¿Por qué este escribir para sentirme un poco menos sola, para que mis palabras hagan menos ruido adentro, para que el sueño me gane por cansancio? Quizás sea preciso entregarme a la sencillez de siempre y que la oscuridad me acompañe y que el sueño me gane por cansancio y hasta soñar con multitudes invisibles para despertar con un nudo en la garganta y el sol de la mañana lo alivie con su rutina para que sean las diez de la noche y yo vuelva a hacerme preguntas que me cansen y me hagan dormir a veces llorando, desesperada, perdiéndome en el sonido de mi respiración cada vez más costosa y ese nudo en el pecho que sólo se alivia..." Y hace una pausa. "A veces, hay cosas que no se alivian con nada"; se la escucha decir resignada, en voz bajita.
"Pedido número veintiséis de que alguien, quién sea, se quede al lado mío para poder dormir": titula su texto. Agarra su osito de peluche, lo abraza y cierra los ojos. Pero, cuando las cámaras se apagan, da un par de vueltas en su cama y se la oye llorar por lo bajo... es que, ya se sabe, hay realidades populares que ni las cámaras quieren ver. Tranquila, Mrs. Poppy, a todos nos pasó alguna vez...

Evelyn Reggina.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Mrs. Poppy y sus andanzas

Mrs. Poppy y algún título que dé miedo.

Eran más o menos las tres de la mañana cuando sonó el timbre de la casa de Mrs. Poppy. Pero nadie contestó. Se escuchaba sonar el teléfono... pero tampco lo contestaban. Manchas rojas invadían las paredes blancas... mientras que el jazz de fondo que se repetía no dejaba de aturdir el ambiente.
La puerta trasera estaba abierta; había sido violada. Y la oscuridad de la madrugada no daba respuestas sobre el criminal que había atacado la casa de Mrs. Poppy. El televisor se enciende y se apaga dos veces, pero las imágenes son poco claras. En la cocina se distingue el desorden de alguien que entró a buscar algo. Más rojo en el piso. Los cuadros de la pared anuncian la presencia del poco disimulado, probablemente persona nerviosa que no se dio cuenta de que los había ido arrojando al suelo con un fuerte roce de brazo.
En las escaleras hay un gaván que no pertenece a Mrs. Poppy. De repente; la música para. Se escuchan pasos, cada vez más rápidos. Se abre la puerta. Mrs. Poppy está en la cama, tapada hasta la cabeza con sus sábanas azules. Tiembla de miedo. El asesino dispuesto a atacar y...
Y de repente despierta. Abraza su peluche, se sienta asustada en su cama, mira para todos lados y le dice a la cámara 1: "Definitivamente... no más películas de terror antes de dormir".
Luego aparece un cartel de The End, las luces que se apagan, las cámaras que ya no filman, ¿y ella? Ella sigue sin poder dormir...

Evelyn Reggina.

Para conocer más a Mrs. Poppy:

domingo, 1 de mayo de 2011

Soledad y las historias de una mujer cualquiera

Capítulo III: Benjamín.

Quizás si hubiera callado cinco minutos más hoy estarías acá... relatándome tonterías, cantándome otras; o simplemente callando a mi lado. Pero no. ¿Será por eso que no te gustaba mi nombre?
La Soledad se vuelve el peor enemigo de alguien en invierno. El peor enemigo si aún extrañás el perfume natural de alguien, si aún necesitas chocolate para poder sonreír y si cualquier cosa te hace llorar.
"Eran tiempos difíciles", dijiste. Pero mis tiempos son más difíciles sin vos. Y todavía no estás.

No sé bien por qué pero todas las luces de Buenos Aires se fueron apagando. Y yo me apagaba con ellas. Uno de esos días me pareció verte cerca del último bar donde te vi cantar. Pero no. Todavía no sé bien si eras vos o era yo la que estaba equivocada... pero puedo recordar que en esa época no te gustaban las frases cliché excepto una: "Nada es para siempre". Y hoy... hoy es esa maldita frase la que termina de destruirme. Ya no me queda nada más que una carta y un encendedor que te pertenece, pero la carta nunca termina de convencerme; y el encendedor... El encendedor lo necesito para alumbrar la oscuridad que soy sin Vos (o para tener algo que nunca me haga olvidar que un día fuimos luz).

Se llamaba Benjamín, tomaba té y no le gustaba el café. Se llamaba Benjamín y sólo usaba medias de color azul. Se llamaba Benjamín, pero olía a olvido. Y me olvidó...

Evelyn Reggina.

jueves, 17 de marzo de 2011

Soledad y las historias de una mujer cualquiera

Capítulo II: Un típico Sebastián.

Creo que en la vida de las mujeres no deben de faltar tres tipos de amor fundamentales: el temporal, el imposible (sí, ese que nos tortura el resto de nuestra vida o por lo menos algunos tantos meses) y el que no queremos ver más.
Se llamaba Sebastián. Él trece. Yo catorce. Y en esa época, indudablemente, mis deseos se cumplían rápido.
Se sentaba tres asientos adelante que yo. Era alto, ojos oscuros y pelo negro. Claramente no era el tipo de persona que estaba esperando. Pero con los deseos no se puede especular… y me enamoré. Me enamoré de la persona menos pensada. Pero mi deseo era ese: enamorarme.
Salíamos todos los días a las doce del colegio y nos quedábamos en el quiosco de la esquina. Creo que mi primer beso fue con Sebastián al mes de estar “de novios”. Pero no sentí nada. Desde chica soñando con sapos y príncipes… y no sentí nada. Recuerdo que la inocencia de la época me hizo pensar que Sebastián definitivamente no sería mi príncipe azul. Pero, pobre, él no tenía la culpa de todos nuestros sueños típicos de mujer.
Después de un tiempo me di cuenta de algo muy importante que quizás a esa edad una nena con anteojos como yo, no puede ver de cerca. Los adolescentes no nos enamoramos de una persona, nos enamoramos del amor. No lo hacemos para herir. Lo hacemos porque amar y que nos amen nos sienta tan bien, que no queremos que ese placer se extinga nunca. A esa edad tampoco sabemos (o creería que no queremos saber) que todo se rompe, se quiebra, se estropea y se termina. Y me incluyo… porque soy una eterna adolescente, aunque lo suficientemente madura para mis veinticinco años de edad. Se podría decir que soy una adolescente consciente.
Mi relación con Sebastián duró unos cinco meses y todavía no recuerdo por qué terminó. Lo cierto es que nunca sé quién se olvidó del otro primero. Pero no me dolió. Sólo sé que, un día cualquiera, todas mis expectativas con respecto a él habían terminado. Ya no me servía sentirme querida. Necesitaba algo más. Y si la memoria no me falla… seguramente a él, le pasaba lo mismo. “Los hombres a esa edad no saben reconocer qué les pasa”; me decían mis amigas. Yo, en realidad, creo que no les interesa. Le huyen o le temen a dejar de ser niños.
Puede que Sebastián sea ahora un contador importante o esté estudiando para la carrera que siempre soñó. Puede que tenga el corazón roto, sufra en su departamento de tres ambientes o haya dejado embarazada a una de mis mejores amigas de la secundaria. Pero no lo sé. Y, por algún extraño motivo, no me interesa. Porque Sebastián fue eso… la primer persona que dijo amarme. Pero también; fue un típico y temporal Sebastián.

Evelyn Reggina.